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Los lectores como protagonistas del ecosistema del libro

Carlos Sánchez Lozano*

El mundo del libro está viviendo una revolución silenciosa. Y los protagonistas de esa revolución son los lectores, que en el tradicional ecosistema del libro eran valorados como sujetos distantes, borrosos. Hoy, debido esencialmente a internet y a las redes sociales, los lectores han ganado protagonismo y se han impuesto sobre los autores, e incluso sobre los propios textos. Desde luego que esta situación es problemática y plantea retos a los editores y a los mediadores de lectura, pero no puede ser desconocida. El fin del canon, el ocaso de la crítica literaria académica, la apropiación subjetiva de los textos, son algunas consecuencias de esta revolución.

Ruptura en uno de los eslabones

El libro impreso ha necesitado más de 500 años para consolidar su poder y a su vez contemplar su crisis. Esta crisis no debe ser entendida como decadencia (el fin del libro), sino como una oportunidad de mirar su renovación. Y ello, a mi modo de ver, se puede hacer desde una perspectiva dinámica que ve los nuevos productos culturales -el libro electrónico, por citar uno- como reinvenciones de otros, pues une nuevos sistemas de comunicación que permiten su resurrección y su acomodación a un entorno histórico distinto.

Por ejemplo, el cine es ciertamente una reinvención del teatro, de la fotografía y de la literatura escrita, que generan un nuevo arte y una nueva industria. Lo que está sucediendo con la renovación del libro impreso es lo mismo. Las consignas conservadoras de Umberto Eco (2010) -en su diálogo con Jean Claude Carrière- de defensa a ultranza del libro impreso, en consecuencia, sobran y desvían lo que es importante discutir: ¿qué está cambiando en el mundo del libro y cómo podríamos tener pistas para interpretarlo de una manera menos apasionada y más asentada en el sentido común? Ese sentido común que observa los fenómenos empíricos más desde la complejidad que desde los prejuicios.

La construcción del ecosistema del libro ha sido lenta y ha requerido la participación de diferentes actores que enriquecen ese ecosistema. Uno de esos actores es el lector, cuya ubicación en esa cadena ha sido variable en relación con el papel de los textos y de los autores (ver gráfica 1). De cumplir un papel secundario en el Renacimiento (hace cinco siglos), es en este momento histórico el centro del ecosistema, según la tesis central que sustentaré en esta conferencia.

evolucion lector ecosistema

Gráfica 1

Para mostrar el valor del lector en el ecosistema del libro quisiera previamente mostrar su ubicación a partir de un esquema (gráfica 2) que hice hace unos años para estudiantes de una maestría en literatura y mostrarles cómo funciona la “máquina” de producir libros para niños.

ecosistema

Gráfica 2

Si se observa con atención, se podrá apreciar que los actores que participan tanto en lo artístico del libro (los autores e ilustradores) como en el negocio (editores, vendedores) cumplen roles específicos, pero interdependientes de los otros. Así, los editores hacen libros para los niños dependiendo de las edades y de los niveles de comprensión lectora, que a su vez se corresponden con sus avances en la escolarización.

La gráfica quiere introducir otra tesis: la construcción de un lector autónomo, moderno, es un acto histórico-cultural complejo y lento que supone la sintonía de diversas variables. Por ejemplo, no habrá lector autónomo si este antes no ha sido lector heterónomo, es decir, un lector que requiere el apoyo de mediadores. El mediador lo invita a entrar al mundo del libro y la lectura, y lo ayuda a interpretar los textos. Esos mediadores son los padres de familia, los profesores, los bibliotecarios, los promotores de lectura, los compañeros de colegio. En consecuencia, se requiere un sistema cultural que facilite el encuentro entre los niños y los libros para que aquellos se conviertan en lectores autónomos (librepensadores, como los denominaba Estanislao Zuleta[1]). Ser lector no es algo que está dado, ni nadie tiene en el ADN un cromosoma que se llame “lector predestinado”.

El lector autónomo, moderno, que empieza a formarse en el siglo XVI (Chartier, 2000, p. 66) tuvo que “superar” (en sentido hegeliano) momentos críticos para alcanzar un estatus y ser reconocido como actor clave en el ecosistema del libro. Uno de esos momentos críticos tuvo que ver con la prohibición de acceder a los textos de manera personal. El poder -las élites que monopolizaban la cultura escrita- no lo permitieron. Foucault (1973, 2010) advierte las razones:

En toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tiene por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad. (p. 14).

La lectura autónoma requería de condiciones de posibilidad, la más importante, la democratización del acceso al libro. Esa democratización ha tardado demasiado en darse (en Colombia, apenas hasta 2013 los niños de escuelas públicas han empezado a recibir libros de literatura e informativos proporcionados por el Estado) y ello ha traído enormes problemas educativos y culturales.

La construcción del lector autónomo, librepensador, moderno tiene su origen en Europa en la Revolución francesa (1789) y en los países latinoamericanos luego de las revoluciones de independencia del siglo XIX. Esta revolución de la lectura amplió la base de los lectores, pero se quedó en una élite, según señalan historiadores de la cultura escrita: Hamesse (2001), Darnton (2003), Einsenstein (2010), y en nuestro medio Silva (2002), quien estudió las prácticas de lectura en Colombia durante el siglo XIX.

Esa primera revolución de la cultura escrita en Colombia generó una elitización de la lectura. En efecto, los libros, ya publicados en un margen de producción manufacturada más amplio, seguían siendo apropiados por élites que construyeron la imagen del “lector culto” (varón, blanco, adinerado, con posición social y política de poder). Es la imagen de un lector que deja en su casa un amplio espacio para acumular libros en una biblioteca privada de miles de volúmenes y que publicita su eliticidad[2]. El libro impreso cumplía un papel de compresor de esa eliticidad. Si no tenías para comprarlo, no existías como lector.

Mujeres que venían de estratos medios cultos y que luego se radicalizaron políticamente, como la gran feminista antioqueña María Cano, advirtieron semejante injusticia y la clase de exclusión que podía establecer el libro impreso, e iniciaron campañas para formar clubes de lectura obrera y sacaron los libros de sus bibliotecas a la calle y los divulgaron en sindicatos y espacios públicos (Robledo, 2017).

El “canto de cisne” del canon textual

La siguiente tesis que sostendré es que el modo como las élites ralentizaron la democratización del acceso al libro y la lectura fue mediante el establecimiento del canon textual y la censura. Ese canon fue organizado primero por la Iglesia católica y luego por la crítica literaria académica. La crítica literaria, en mi opinión, elitizó la lectura e instauró una forma de exclusión al determinar qué tenía valor estético y qué no. De paso desconoció el aporte de las nuevas formas de la cultura popular tales como el cómic, el cine, la televisión, la radio y ahora los nuevos textos que han surgido con internet y las redes sociales.

El canon de textos (religiosos, jurídicos, literarios) es el resultado de una estrategia del poder por establecer un orden del discurso (Foucault, 1973, 2010). Ese canon es entendido como:

…fórmulas, textos, conjuntos ritualizados de discursos que se recitan según circunstancias bien determinadas; cosas que ha sido dichas una vez y que se conservan porque se sospecha que esconden algo como un secreto o una riqueza. (p. 26).

Coetzee (2007) ha detallado la forma como la Iglesia católica reaccionó a la Reforma protestante visibilizando su poder en el siglo XVI mediante la prescripción de un canon cerrado: el Index Librorum Prohibitorum, que estableció qué y quiénes podían leer los textos con el sello de aprobación. El caso de la publicación del primer tomo del Quijote (Bouza, 2012) revela las complejas relaciones entre los censores y los artistas. Si el censor hubiera previsto que el Quijote era un libro que invitaba a la revolución (de ideas, de sueños, de los campesinos contra el poder feudal), no se hubiera publicado. Se valoró el humor “ingenuo” que expresaba y el que no tocara ningún órgano del poder con críticas veladas (Gracia, 2017).

La irrefrenable publicación de textos durante los siglos XVII y XVIII en Europa, exigió un nuevo modo de control del orden del discurso que se instaló en los países latinoamericanos a comienzos del siglo XX: los listados de textos canónicos emitidos por la élite intelectual y materializados por entidades educativas de los gobiernos. Aquí el canon se había abierto a textos que fortalecían el nacionalismo, sobre todo literario. En Colombia obras como Memorias del cultivo del maíz en Antioquia (1866), María (1867), La pobre viejecita (1893), La vorágine (1924), eran de obligatoria lectura en el sistema escolar.

Judith Kalman (2006) ha insistido en que toda acción política de promover la lectura en las clases populares es ideológica e intencionada con determinados fines por parte de esas élites. El canon o el establecimiento de libros de prescripción tuvo su origen en una actitud propia del Romanticismo: el “pueblo” debía leer los textos de más alto valor estético. Pero muchos textos de gran valor -sobre todo que no habían dado el paso de la oralidad a la escritura, o que habían sido producidos por las mujeres u otras comunidades excluidas- quedaron hundidos en el olvido y es apenas hasta ahora que se está descubriendo su valor. El caso de Soledad Acosta de Samper en nuestro medio es diciente. En los manuales de lectura escolar para secundaria, hasta hace menos de 10 años no existía como autora incluida en el canon y se ha necesitado el trabajo intenso de varias docentes universitarias colombianas y extranjeras para sacarla a flote y darle una dignidad que la crítica literaria le negó.

La crítica literaria académica ha cumplido ciertamente un papel de exclusión. Centrada en legitimar los textos canónicos, descuidó al lector, sobre todo al “lector débil” (Bahloul, 2002) y se enfrascó en los debates de corrientes y escuelas, alcanzando un grado de ininteligibilidad terminológica que acabó convirtiéndola en una guerra de cenáculos cada vez más cerrados y con incapacidad de comunicar sus logros a la nueva comunidad de lectores (Sánchez Lozano, 1998).

Lo cierto es que el canon literario como mandato exterior de lectura tiene los días contados, así haya profesores del corte de Harold Bloom (2006) que insistan en reclamar su vigencia. El gran historiador de la cultura escrita, el italiano Armando Petrucci (2001), dio aviso de este hecho en los albores del siglo XXI cuando se iniciaba la revolución de las TIC:

Se va abriendo un modo de lectura de masas que algunos proponen expeditamente que se defina como «posmoderno» y que se configura como ‘anárquico, egoísta y egocéntrico’, basado en un único imperativo: «leo lo que me parece». (p. 615).

Inevitablemente clásicos del canon como Shakespeare, Marcel Proust y José Eustasio Rivera se encuentran con la cultura popular (en formato de cómic y multimedia) y ahora los podemos disfrutar al lado de los adolescentes. “Leo lo que me parece”. Algo ha cambiado.

La irrupción de los “lectores débiles”

Sin duda alguna un nuevo lector surgió con la irrupción de internet en la primera década del siglo XXI. Los vertiginosos cambios que hemos vivido desde entonces no paran. El primero de los cambios y que convierte al lector en un protagonista de la cadena del libro se produjo con los comentarios que se abrieron en las versiones digitales de los periódicos y revistas. Este espacio interactivo -al principio incontrolable y sin censuras- permitió apreciar que los lectores eran reales, incluso en medio del enmascaramiento virtual. Se pudo apreciar en carne viva que se imponía el lenguaje soez, la incoherencia, el insulto degradado, la amenaza (incluso de muerte), y que no imperaban ni los argumentos ni el sofisticado análisis crítico que reclamó cierta élite letrada (los casos más evidentes fueron los de Daniel Samper Pizano, Héctor Abad Faciolince y Antonio Caballero que cerraron los comentarios del lector de sus columnas). Se pudo apreciar que el acceso a la escritura pública expresaba múltiples rencores soterrados, hablas que no habían podido ser leídas, carencia de conocimiento de la interacción escrita en público. Acallados por los medios, la gente que nunca había hablado, habló. Nuevos emisores ganaban espacio en el entorno digital. La escuela ni la universidad habían preparado a los nuevos lectores para entrar al ágora pública que es la prensa digital, lo que demostraba a las claras que la ciudadanía escrita en Colombia era casi inexistente.

Se pudo apreciar cómo estos lectores de prensa no entendían los textos leídos, o al menos no discutían con ellos. Se imponía la sobreinterpretación. Los autores de los textos eran calificados de comunistas, asesinos, homosexuales. El odio de diverso origen y los prejuicios se imponían sobre la argumentación razonada. Como lo entreviera con razón la profesora María Teresa Uribe:

No tuvimos sujeto moderno [en Colombia] porque el sujeto de la escuela no aprendía a pensar con su cabeza, lo que aprendía era a creer. (citada por Barbero[3]).

El otro espacio inédito en la historia de la escritura que revolucionó el mundo digital fueron las redes sociales. Facebook y Twitter ganaban el protagonismo. Creadas en 2004 y 2006, respectivamente, por grandes imperios estadounidenses de las comunicaciones, generaban un nuevo modo de relacionarse entre las personas y las comunidades virtuales. Como lo han probado diversos artículos y estudios, estas redes sociales (sobre todo FB) fueron utilizadas para distorsionar la información y generar reacciones basadas en la mentira, la polarización y en el desprecio a las opiniones contrarias. El Triunfo del No en el plebiscito de octubre de 2016 en Colombia, y el de Trump a la presidencia de los Estados Unidos en noviembre de ese año, han sido documentados como ejemplos de manipulación mediática, al tiempo que muestran otras caras de poderes globales que no existían antes.

Ese lector que daba likes a noticias falsas, que retrinaba como cierta información sin fuentes verificadas, que se agazapaba en sus emociones de furia y resentimiento contra un sistema que lo había borrado o desconocido, salía a la palestra, era real. ¿Cómo reclamar lectores críticos si nunca se les formó en el sistema educativo para ello? Cierta ingenuidad llevó a los editores a desconocer a este lector débil, acusarlo y excluirlo de contenidos de calidad. ¿Dejarlo, entonces, en manos de los productos más pobres del mercado del ocio, de las cartillas religiosas, de la alfabetización más precaria?

Si algo ha caracterizado a los promotores de lectura en Medellín -y aquí reclamo esto como un logro para la ciudad– es quitarle a la pobreza, al desarraigo y al fanatismo a muchos niños y jóvenes que encontraron oportunidades de verse a sí mismos y al mundo de otro modo, gracias a los libros y la lectura.

Los nuevos lectores privatizan y atomizan los textos

Con internet surgieron una gran cantidad de textos y medios nuevos: el trino, el muro, el blog, el chat, el canal de YouTube, el sitio web, el perfil laboral en Linkedin, el videocast y el podcast, el perfil en Quora, la edición en Wikipedia… A todos estos textos y medios los caracteriza que no son unidades verbales cerradas, sino abiertas, debido a los enlaces. La intertextualidad y la hipertextualidad ofrecen un nuevo poder: los textos pueden continuamente ser borrables y ajustados, al tiempo que permiten al lector la posibilidad de establecer relación con personas desconocidas en cualquier parte del mundo. En la red social Twitter se puede poner tanto una queja sobre un daño de agua en el barrio acudiendo a un hashtag, como interrogar al presidente de la república siguiendo su cuenta. Los nuevos lectores han descubierto, entonces, que pueden ser partícipes de una o varias comunidades. El poder escribir, subir un video, expresar ideas a través de la red, los empodera.

YouTube permitió que un nuevo emisor ganara fuerza: el booktuber. Los adolescentes y los jóvenes se tomaron este medio para exponer sus gustos literarios, que estaban habitualmente por fuera del canon. La crítica académica despreció en varios casos los juicios de estos muchachos acusándolos de ser manipulados por las editoriales y carentes de tener un juicio crítico de peso. Pero en este momento una chica -la mayoría de booktubers son mujeres- en alguna ciudad de Colombia está descubriendo libros de Paulho Coelho, Gioconda Belli, Carolina Andújar y los está promocionando abiertamente, sin importarle la opinión de profesores o gurús de la literatura.

En todas estas respuestas de los nuevos lectores a las textualidades que inauguró internet se pueden apreciar tres evidencias:

  • Apropiación personal de los textos. Con ello quiero señalar que ha nacido una hermenéutica de lo privado que traiciona al texto original. No son lecturas literales sino hiperinterpretaciones, en las que los lectores van más allá del texto y lo alteran para su propio beneficio, apropiándose de ellos, dándole un matiz de subjetividad extremo. Existe Mi Mario Benedetti, Mi Biblia, Mi García Márquez. Si miramos con atención los flyers, pósters y avisos repletos de frases célebres de estos autores y obras que circulan en Facebook, vemos que ni Benedetti, ni la Biblia, ni García Márquez probablemente dijeron lo que dicen los nuevos lectores que dijeron. Los editores, los filólogos y los lectores cuidadosos probablemente se reirán de ello o se enojarán, pero para los nuevos lectores estas frases falsas, estos bulos, son su entrada a un entorno letrado y demuestran un deseo implícito de conversación, que en mi opinión no debería ser desconocido.
  • Lecturas fragmentadas. La apropiación personal de los textos conlleva a su atomización. Estos nuevos lectores no suelen leer las obras completas ni en el marco de referencias de contexto. Las frases y los fragmentos aislados ganan un espacio en las redes sociales. La noción de obra unitaria se rompe y quedan escenas, capítulos, frases aisladas. Este hecho representa un severo problema filológico, pero sobre todo de derechos de autor. ¿Qué es un texto, entonces? ¿Un Todo verbal o sus unidades menores? La fragilidad de los textos electrónicos propicia, además, que fácilmente sean alterables. En un post que circuló en Twitter a propósito de la celebración del día de nacimiento de Lewis Carroll, el área de comunicaciones de una de las editoriales que lo traduce al español puso este póster.

alicia pais

Pues bien, en el texto original aparece que esa frase la dijo la Duquesa, un personaje feo e intrigante, secundario en la obra. No la dijo Alicia. La alteración del emisor o narrador cambia la orientación interpretativa del texto. ¿Le importa esto a los nuevos lectores? No, porque valoran en los textos lo que estos les dicen a ellos, no lo que el texto original expresa. Se podrá llamar a esto interpretación irresponsable, pero nos plantea un reto complejo sobre cómo verificar la unidad y fijeza del texto y su circulación en internet.

En otro contexto más cercano a las áreas de marketing de las editoriales, estos nuevos textos digitales atomizados, fragmentarios, pueden servir para atraer a los lectores. He hecho el ejercicio de leer La montaña mágica, de Thomas Mann, etiquetando los temas que trata la novela y he sacado cerca de 90. Entre ellos están una receta de cocina sobre cómo preparar el pollo, cuidados que se deben tener en el uso de los de los esquís de nieve, explicación sobre cómo debe educar la voz un tenor de ópera, una guía turística de Davos, Suiza, la bella descripción del cuerpo de la mujer amada, en fin. Estos microtextos circulando en internet probablemente acercarían a nuevos lectores a una obra que se considera sofisticada y del canon literario occidental.

  • Ingreso a comunidades lectoras virtuales. La batahola de la novela histórica, de las sagas juveniles, de los libros de autoayuda, de los instant books, generaron en internet la conformación de comunidades de lectores que no se conocían personalmente entre sí, pero que se encontraban en intereses de lectura y subían sus reseñas a sitios web como Goodreads y Librotea. En Twitter y Facebook han crecido comunidades lectoras alrededor de las lecturas bíblicas, las de Harry Potter, de Carlos Ruiz Zafón y recientemente un hashtag, #Dante 2018, ha dado que hablar, pues propone la lectura diaria de un canto de la Divina Comedia, y tiene cerca de mil seguidores en Twitter.

La posibilidad de que los autores interactúen en directo con los lectores a través de medios como Youtube Live o Facebook Live, ha renovado el contrato autor/lector. Los nuevos lectores, además, proponen capítulos inéditos al autor, o se los envían, o los suben a sitios fan-fic. Incluso cambian secciones del libro que no les acaban de gustar y los comparten en la red. Recientemente editorial Anagrama de España propuso a sus lectores escribirle directamente al Nobel de literatura 2017, Kazuo Ishiguro, proponiéndole temas para la novela que comenzará a escribir en 2018. Se cuestionarán los valores sagrados del autor encerrado y solitario en su biblioteca que escribe una obra única, pero las dinámicas de la interacción autor/lector advierten de nuevas formas de construir los textos, y que el lector pueda ser parcialmente coautor o colaborador del texto. La idea de obra cerrada se rompe (vieja propuesta hecha por Umberto Eco en Obra abierta, por allá en los años 60 del siglo pasado).

Conclusiones

Estamos asistiendo a bruscos cambios en la relación de las personas con la cultura escrita, cuyas consecuencias aún no alcanzamos a entrever totalmente. Podemos lanzar hipótesis y es posible que erremos en los juicios de lo que sucederá, pero es tarea de los editores -varios de los cuales se están formando en la Especialización en Edición de publicaciones de la Universidad de Antioquia- avizorar ese futuro forjándolo en medio de la niebla. El editor de Alianza, el español Javier Pradera (2017) enumeró las tareas de las editores, una de las cuales (está subrayada) es construir lectores:

[El editor es] alguien que presenta un interés selectivo en sus preferencias como actor racional a favor de la difusión del conocimiento y de la cultura; la capacidad de allegar y organizar recursos; un mínimo proyecto cultural; la capacidad de armonizar sus gustos personales y las líneas generales de ese proyecto con la demanda social no solo actual sino también potencial; el talento para discriminar y seleccionar entre la oferta existente, es decir, para apostar por autores, tendencias y géneros; la imaginación suficiente para hacer llegar esa oferta mediada por su catálogo a una demanda seleccionada por su proyecto; y, por último, saber administrar los recursos humanos y materiales a su disposición para hacer viable y perdurable su empresa. (p. 61).

Los editores, pues, no pueden ser ajenos a este nuevo puesto que ocupa el lector en la cadena del libro. La democratización de la lectura, la emergencia de otros tipos de texto que han surgido con internet y las redes sociales, las relaciones entre los lectores y los autores, la “traición al texto”, son la muestra de ese cambio vertiginoso y lleno de ruidos que se inició con el nuevo paradigma digital a comienzos del siglo XXI. Esta democratización anárquica, sin observación de cánones ni de reglas académicas, manipulada en algunos casos, abre nuevos retos a la alfabetización y a quienes somos maestros, editores, mediadores de lectura.

Quienes producen libros (impresos, electrónicos, multimedia) y en general contenidos analógicos o digitales de interés público deberían valorar ese lector, invitándolo a ser partícipe activo de la cadena del libro. El derecho que tiene quien no ha sido mirado con atención, ni ha sido protagonista de un proceso. Hay que “consentir” a ese lector. Avisarle de las novedades, tenerlo incluido en los boletines, etiquetarlo en las redes sociales, llamarle por su nombre propio, invitarlo a dialogar con los autores y sobre las obras. La idea del lector “ideal”, borroso y distante que tenían los editores tradicionales, terminó. Recientemente he estado en el Hay Festival de Cartagena y he podido apreciar a lectores reales (señores y señoras mayores, jóvenes curiosos, profesores universitarios abriéndose a la cultura popular) seguir a sus autores en busca de una dedicatoria para sus libros.

En consecuencia, los nuevos lectores tienen derecho a la posibilidad, a ser guiados, a ser oídos, a compartir el valor de los textos. Hay que invitarlos a pertenecer a comunidades letradas y ganar una identidad ciudadana para que puedan alcanzar una capacidad crítica que les permita distanciarse del odio y la manipulación de líderes políticos o religiosos. Es un sueño propio de la Ilustración, que esperamos tenga una segunda oportunidad en nuestro medio.

El gran poeta romántico Friedrich Hölderlin habló de tener la cabeza en alto en medio de las crisis[4] . Y bueno, mientras unos se enfurruñan con los cambios y piden a gritos conservadoramente mantener el statu quo, otros pedimos dar pasos sin perder la serenidad. ¿Dónde deberían estar los editores en ese espacio de renovación? Del lado del lector, digo yo, del lector real. Señoras como la de la foto, que en un viaje en transporte público de 50 minutos no levantó los ojos de El amor en los tiempos del cólera;

señora leyendo

… de esta joven que es capaz de leer una novela clásica mientras consulta su WhatsApp…

joven leyendo al tiempo digital e impreso

Del lado de los excluidos de la cultura escrita, como lo ha pedido la escritora de literatura infantil Irene Vasco, en Letras al carbón (2015).

irene alfabetizacion

Una tarea central de los editores innovadores es ganar nuevos lectores con libros que el mercado tradicional rechazaría porque no son rentables a corto plazo. Si eso es así, entonces habrá que mirar cómo están funcionando estos nuevos lectores y qué textos necesitarían para enriquecer su imaginario. Habrá que buscar autores para escribir esos textos. Yo creo que el lenguaje y las formas textuales todavía admiten nuevas aperturas y corresponde a los editores explorarlas.

Mi opinión es que la cultura escrita (incluidas las culturas orales campesinas, negras, indígenas) pueden ser un bastión de resistencia contra el Texto único, las lecturas homogéneas, las escrituras normatizadas y validadas por los editores y la crítica tradicionales.

Cierto que la palabra libre suscita ansiedad y obliga a mirar hacia el futuro, a lo desconocido. Por eso me gusta la palabra libertad, por todo lo que moviliza.

¡Gracias por su atención!

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[1] Zuleta, E. (2007). Elogio de la dificultad y otros ensayos. Medellín: Hombre Nuevo-Fundación EZ.

[2] El número 92 de 2017 del Boletín Bibliográfico y Cultural del Banco de la República (http://bit.ly/2nFCUk7) da cuenta de ello y muestra los ejemplos de valiosas colecciones de libros que apenas empiezan a ser conocidas públicamente. Otro artículo señala el infortunio de la magnífica biblioteca del poeta León de Greiff refundida en un prostíbulo en Bogotá: http://bit.ly/2nAUwyp.

[3] En entrevista publicada en la revista Semana. Cfs. http://bit.ly/2KwefYX

[4] Hölderlin: “Pero a nosotros nos toca, bajo las tempestades de Dios, / ¡oh poetas!, permanecer con la cabeza descubierta, / tomar el rayo del Padre, a él mismo, con nuestra propia mano, / y entregar al pueblo, velados / en la canción, los dones celestes”. Poemas, Alianza, Traducción de José María Valverde, 1987.

Bibliografía consultada

Bahloul, J. (2002). Lecturas precarias. FCE: México

Bloom, H. (2006). El canon occidental. Barcelona: Anagrama.

Bouza, F. (2012). Dásele licencia y privilegio. Madrid: Akal.

Chartier, R (2000). Las revoluciones de la cultura escrita. Barcelona: Gedisa.

Coetzee, J. M. (2007). Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar. México: Debate.

Darnton, R. (2003) Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen. Madrid: FCE, Turner.

Eco U. y Carrière, J. C. (2010). Nadie acabará con los libros. Barcelona: Lumen.

Einsenstein, E. (2010). La imprenta como agente de cambio: México: FCE.

Foucault, M. (1973, 2010). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets.

Gracia, J. (2017). Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía. Barcelona: Taurus.

Hamesse, J. (2001). El modelo escolástico de la lectura. En: Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Taurus.

Kalman, J. (2006). Ocho preguntas y una propuesta. En: Encuesta Nacional de Lectura. México: Conaculta. Descargable en: http://bit.ly/2E4z0s5

Pradera, J. (2017). Itinerario de un editor. Barcelona: Trama. Descargable en: http://bit.ly/2EIvXpi

Petrucci, A. (2001). Leer por leer: un porvenir para la lectura. En: Historia de la lectura. Madrid: Taurus.

Robledo, B. (2017). María Cano. La virgen roja. Bogotá: Debate.

Sánchez Lozano, C. (1998). Siete anotaciones para una crítica de la crítica literaria colombiana de fin de siglo. En: Página 34. Opiniones de una década. Bogotá: El Astillero. Descargable en http://bit.ly/1Pc7dDw

Silva, R. (2002). Los ilustrados de Nueva Granada 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación. Eafit-Banco de la República: Medellín.

* Esta conferencia fue presentada por gentil invitación de la Escuela Interamericana de Bibliotecología de la Universidad de Antioquia para inaugurar la cuarta cohorte de estudiantes de la Especialización en Edición de Publicaciones. 5 de febrero de 2018. Auditorio Carlos Gaviria. Una versión abreviada se presentó en el «Encuentro latinoamericano del libro, la edición y la lectura», en el Instituto Caro y Cuervo, el 25 de julio de 2018. Correo electrónico: cslozano@gmail.com