El ingreso de la Inteligencia artificial (IA) en la escuela: “hay que elegir ser parte de la solución o parte del problema”

Touch of the future AI hands vector

“Estamos viviendo los inicios de una transformación educativa mucho más extensa, más profunda y más veloz que todas las anteriores, en la que hay que elegir ser parte de la solución o parte del problema”, señala un experto español.

Por Carlos Sánchez Lozano*

El sociólogo y profesor Mariano Fernández Enguita, de la Universidad Complutense de Madrid, es un experto en inserción de tecnologías de IA en la escuela y un crítico de las competencias docentes que se requieren para implementarlas. Polémico y propositivo. Dio una conferencia y un taller en el Congreso Internacional de Educación que realizó el Gimnasio Moderno en Bogotá el 15 y 16 de septiembre de 2023.

Con el ingreso de la IA en educación percibimos un nuevo momento en la generación y circulación del conocimiento. ¿Desde qué postura teórica propone usted asumir ese cambio?

La IA, o más exactamente la IA generativa, conversacional, basada en el aprendizaje automático (de la máquina) y, en particular, los grandes modelos de lenguaje, hoy día los transformadores, es solo el último elemento, por ahora, de la tecnología digital. La educación siempre se ha apoyado en una tecnología y siempre ha tenido como objetivo, entre otros, el aprendizaje de su uso. Primero fue simplemente el lenguaje, en su forma más sofisticada la retórica para los poderosos. Después fue la escritura, en particular para los escribas y similares, y para otros privilegiados un poquito de lectura. La escuela que conocemos hoy es el producto de la imprenta, que permitió la generalización de la lectoescritura, algo exigido por la modernidad (todavía estamos en ello, todavía es un objetivo incompleto del desarrollo sostenible). Hoy vivimos una transformación más amplia, rápida y profunda, con un metamedio, lo digital, que lo absorbe y lo potencia todo: lenguaje interpretación, lectoescritura, todas las formas de imagen y sonido… La escuela tiene que servirse de la mejor tecnología de información, comunicación y aprendizaje y preparar a los alumnos para la sociedad en la que van a vivir, no para aquella en la que vivieron sus tatarabuelos, por más que puedan añorarla sus padres y sus profesores. Lo nuevo, con la explosión de la IAG, es que la tecnología es ya interactiva y adaptativa, con una calidad que emula al maestro y en una cantidad (individualización, continuidad, disponibilidad) que no podría siquiera soñar este por sí solo.

Los niños y jóvenes han cargado con las consecuencias de la pandemia e incluso se habla de una “fractura en la sociabilidad” y de una brecha socioemocional compleja. ¿Cuáles son los pasos que deberían tomar en cuenta los directivos escolares para enfrentar este reto?

Hay que recordar que la pandemia no solo cerró las escuelas, sino que también vació los parques, las canchas, las calles… En el pasado, las epidemias de peste también obligaban al confinamiento, pero era típicamente en familias extensas, de tres generaciones, con otros adultos emparentados o sirvientes y numerosos niños de todas las edades. Hoy vivimos en familias muy reducidas y el confinamiento supuso para muchos niños el aislamiento como tales, incluso en condiciones de hacinamiento físico (viviendas minúsculas). Pero fue lo que fue, y no más. Mostró que podríamos haber continuado enseñanza y aprendizaje… si hubiésemos tenido la tecnología suficiente y si hubiésemos sabido utilizarla (en particular los profesores), pero no fue así. Hay quien redescubre ahora la importancia de la proximidad y la interacción y los opone al uso de la tecnología digital, pero eso es solo un argumento oportunista, además de muy pobre. La presencialidad escolar no está en cuestión ni lo ha estado nunca: lo que hace falta es que no se volatilice la escuela cuando no podemos embutir al alumno en un aula; y que, cuando lo está, el aula deje de tener el formato del sermón en el templo o el trabajo en la industria manufacturera, es decir, del procesamiento de los alumnos por lotes.

En el cap. 4 de su libro “La quinta ola” se ponen en escena las contradicciones de la entrada de los medios de masas en la escuela. La triada: dispositivo-software y conectividad que surgió con plenitud a comienzos del siglo XXI parece ser, como decimos en el Colombia, “el coco” del sistema escolar. Hay una dinámica compleja que impide que las tecnologías electrónicas tengan asiento en las aulas cuando ya están corrientes en otros entornos sociales. ¿Francamente son irreconciliables o existe una tercera vía?

Hay tecnologías y tecnologías, sobre todo si pensamos en las electrónicas. La radio, el cine, la TV, la primera informática, que prometían el oro y el moro y según algunos sustituirían al libro, etc., en realidad llevaban los defectos de éste al paroxismo, pues el libro de texto es único, cerrado, etc., pero a fin de cuentas permite ir a distintos ritmos, parar, volver y demás. Una grabación de audio o vídeo, per se, es absolutamente rígida, no permite un despiste del espectador, etc. En este punto, los educadores tienen todos los motivos para desconfiar de lo electrónico, por muy bueno, bonito y barato que sea en sí, si es que lo es. Pero el medio digital no tiene nada que ver con esto, no se puede ni se debe ver como una tecnología de reemplazo, sino como un medio que absorbe, amplía y supera a todos los anteriores, que es lo que ha sucedido en otras grandes transformaciones informacionales. La escritura no acabó con el lenguaje, sino que lo perfeccionó y potenció enormemente; la imprenta no acabó con la escritura, sino que la hizo llegar y la puso a disposición de todos; la digitalización no va a acabar con el libro. Sería un poco largo detallar esa superioridad, pero créame –y está usted hablando con un autor prolífico y un lector adulto compulsivo: excepto encender la chimenea o cosas peores, no hay nada que se pueda hacer con un libro de papel (un códice, sería el término correcto) y no con un libro digital en un dispositivo digital; pero sí hay un sinfín de cosas que se pueden hacer con éste y no con aquél (por ejemplo llevar la biblioteca personal o pública en el bolsillo, buscar y encontrar al instante, que te lea el libro mientras caminas y ejercitas la vista o, ya hoy, dialogar sobre su contenido con el libro mismo, con el artilugio o con tus pares).

Hay un conjunto de docentes “apocalípticos” (en la jerga de U. Eco) que han desarrollado un discurso negativo sobre los dispositivos electrónicos, sobre internet, la lectura multimedia, las redes sociales y en general aquello que está cuestionando la idea de un “estudiante letrado”. ¿Qué decirles?

Lo curioso es que esos “apocalípticos” son, al mismo tiempo, los “integrados”, es decir, los que está conformes con el modelo escolar tal como es, o al menos tal como dice ser (por más que añadan que faltan medios, que está en crisis, que está siendo atacado, etc.). Hay un punto de razón en la oposición que perciben entre tecnología y escuela, pero se equivocan de tecnología (y de escuela). La institución escolar lleva decenios tratando de lograr ese “estudiante letrado”, pero sin conseguirlo a pesar del tiempo y el esfuerzo. Ampliamos y alargamos la escuela, pero no lo ha hecho en consonancia el aprendizaje. Los medios audiovisuales predigitales eran ya más atractivos para niños y jóvenes que la escuela, y los medios digitales lo son mucho más. En realidad, nunca se persiguió formar a un estudiante “letrado”, sino un trabajador disciplinado y, con el paso del tiempo, más bien un oficinista inmune al aburrimiento. Una paradoja de la escuela como institución es que cada vez gusta menos a los alumnos (sabemos que les gusta menos, en conjunto, en los países ricos que en los pobres y que les gusta menos, individualmente, cada año que pasan en ella), pero hay un pequeño grupo, más o menos adicto, que vuelve como profesor y no entiende a quienes la rechazan o simplemente se muestran poco interesados.

Contemplando el conjunto de cambios suscitados por las nuevas tecnologías y la forma como adquieren asiento en la escuela occidental hoy, donde en los recreos los niños y jóvenes se reúnen mientras chatean y juegan videojuegos, y al regresar a clase usan sus libros (varios de ellos de texto), ¿cuáles son las competencias laborales del docente que requieren ser revisadas ya?

Todas las áreas en que la información y la comunicación son centrales se han visto o se están viendo profundamente alteradas por la tecnología digital, o la han abordado por sí mismas con estrategias de transformación: la música, el cine, la prensa, las editoriales, la política, las finanzas… La escuela se atrinchera en la retaguardia, y puede hacerlo porque cuenta con un público cautivo, conscripto, obligado por la ley, por la competencia credencialista que les espera en el mercado de trabajo y por su función de cuidado en apoyo a las familias. Pero su obligación como institución social encargada de la educación, y la de la profesión que la habita, es estar en la vanguardia, como lo estuvo en el periodo de la alfabetización de toda la sociedad y, sí, de formación de una minoría letrada necesaria para los estados, las empresas y otras organizaciones propias de la modernidad. El docente debe saber desenvolverse en el entorno digital, ser un usuario avanzado hasta el punto de poder ser un apoyo para sus alumnos, y ser capaz de diseñar, individualmente y en equipo, situaciones, actividades, experiencias y trayectorias de aprendizaje para sus alumnos. No me refiero a programar, que para eso ya están los programadores, sino a ser capaz de entenderse con ellos y de elegir y utilizar las herramientas digitales con el nivel de conocimiento profesional que se le presume cuando tiene que elegir un libro de texto, hacer una programación de curso o planificar una sesión de clase. No necesita ser programador, como tampoco necesita ni necesitaba ser impresor, encuadernador, ni tan siquiera autor. Pero sí que necesita moverse de manera fluida en ese medio, ahora digital, como antes en el impreso, y siempre con el capital profesional especifico de un docente.

Usted ha sido testigo de una reforma curricular significativa en España el año pasado, la LOMLOE. ¿En qué marco institucional se debe mover un estado liberal hoy para promover cambios como los que usted ha señalado en esta entrevista?

Un estado de derecho, democrático, liberal y social, como creo que ha de ser, en una sociedad tan compleja y tan cambiante como lo son todas hoy (a lo que, en Iberoamérica, hay que añadir las tremendas desigualdades económicas y la inmadurez de las instituciones políticas), lo va a tener muy difícil, pero es un actor imprescindible y con gran capacidad de impacto. Primero, debe jugar un papel activo, asumiendo la transformación digital, la de la educación en particular, como una misión histórica, como una nueva alfabetización. Segundo, debe potenciar la iniciativa y la responsabilidad, esenciales para la innovación y para políticas pegadas al terreno, en el nivel meso formado por los equipos docentes, las direcciones escolares y las redes locales o de afinidad de centros o profesores, distinto tanto del macro (la política educativa) como del micro (el profesorado en el aula). Tercero, debe particular la coexistencia y la colaboración público-privada, tanto entre los centros educativos (alineando los incentivos en la escuela pública con el dinamismo que requiere la transformación y en la escuela privada con la cohesión social). Cuarto, particularmente en Iberoamérica, debe asumir activamente la cooperación internacional para alcanzar el músculo necesario y las economías de escala posibles en la transformación digital de la educación.

No es correcto pedir a científicos sociales que hagan pronósticos sobre el devenir de la escuela (aunque Bourdieu, Foucault, Emilia Ferreiro lo hayan hecho), pero nos gustaría conocer sus pronósticos. ¿Aprenderemos mejor? ¿Qué quedará de lo presente, qué desaparecerá?

No creo que volvieran a hacerlos hoy. El problema es que la sociedad va más rápido, es más diversa y desigual y los desenlaces son más inciertos, eso que suele llamarse un entorno VUCA1. No hay duda de que mucha más gente aprende más (conocimiento escolar), pero, aun así, la mejora del aprendizaje va muy por detrás de la expansión escolar, que no trae lo prometido.

Espero que veamos más escuela y menos aula, más escuela abierta a la comunidad y menos escuela-santuario, más hiperaulas y menos aulas-huevera, más aprendizaje y menos enseñanza en términos relativos, más codocencia y trabajo en equipo y menos docente-orquesta y clónico, más ciborgdocencia o colaboración hombre-máquina, inteligencia natural y artificial, y menos maniqueísmo tecno ni antitecnológico. De no ser así, lo que veremos será un desapego creciente del alumnado frente a la escuela, un atractivo decreciente de la docencia y un divorcio galopante entre escuela y sociedad.

Mariano Fernández Enguita

Usted dio una conferencia y un taller en el Congreso Internacional de Educación que realizó el Gimnasio Moderno. ¿Qué expectativas verificó en su visita a Colombia?

No era mi primera visita, y fue breve, pero seguro se constituyó en una nueva oportunidad de aprender en un país que, en contexto de la educación iberoamericana, destaca por la abundancia de escuelas innovadoras, tanto en el sector privado como el público.

Mi mensaje a cualquier maestro hoy, sea aquí o en Pekín, es que se estamos viviendo los inicios de una transformación educativa mucho más extensa, más profunda y más veloz que todas las anteriores, en la que hay que elegir ser parte de la solución o parte del problema, porque ser parte del paisaje ya no es una opción.


Nota: esta entrevista apareció publicada originalmente en El Espectador. Gracias a Fidel Cano, Federico Díaz Granados y Olga Lucía Barona.


* Profesor del área de Español del Gimnasio Moderno y director de la Escuela de maestros. carlossanchez@gimnasiomoderno.edu.co

  1. Volatilidad – Incertidumbre – Complejidad – Ambigüedad ↩︎

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