Reflexiones de un católico sobre un personaje secundario de «En agosto nos vemos»

Carlos Sánchez Lozano

Las críticas de la novela En agosto nos vemos se han centrado en aspectos extratextuales -que desde luego tienen valor- y menos en los intratextuales. Una de las críticas más severas provenientes incluso de sectores ideológicos opuestos resalta de modo común la debilidad del personaje protagónico: Ana Magdalena Bach (AMB). Les parece que no tiene identidad, es repetitiva y que no aparece retada por puntos de giro destacables; en definitiva, que es un pálido reflejo de otros poderosos personajes femeninos garciamarquianos que son arquetípicos: Úrsula Iguarán, por citar uno.

Me distancio de esas posiciones. Ana Magdalena Bach es absolutamente cautivadora. La mujer de 50 años de la que un hombre medianamente sensato se enamoraría en el primer encuentro. Pero no es de ella de quien quiero hablar, sino de su hija: Micaela Amarís Bach.

Ordenémonos.

La tesis que quiero sostener en este breve texto es que AMB es un “personaje devenido” (la jerga es hegeliana), esto es, que su configuración solo puede ser comprendida en la relación que tiene con su madre y su hija (juntas llevan el nombre de Micaela). Y que esta relación dialéctica de abuela-madre-hija propone un imaginario de mujer en América Latina en un momento de compleja transición histórica (el comienzo del siglo XXI).

Con el personaje de AMB García Márquez aporta -desde una perspectiva masculina-patriarcal- su mirada sobre el problema y anuncia un giro novedoso en las relaciones entre mujeres, y entre mujeres y hombres.

Ana Magdalena Bach en su visita anual a la tumba de la madre. Detalle de ilustración de carátula realizada por David de las Heras. © Random House, 2024.

Veamos cómo es el camino desde el que he llegado a la anterior conclusión.

Por timidez asumida y gozo personal de lectura en las narraciones y en las obras de teatro y en las películas de cine me gustan menos los personajes protagónicos y más los personajes secundarios. Me gusta los cameos, los personajes de un solo parlamento, la gente de fondo que no se ve clara en las fotos. Me gusta más el sepulturero que Hamlet.

Pero además de ello creo que los personajes secundarios son fuente de historias que los lectores deberíamos investigar y ampliar. En la época de los “relatos extendidos” tendría el prurito -obvio, aclarando los temas de copyright– de hacer un relato multimedia del personaje que más me gustó de En agosto nos vemos: la joven Micaela.

Por ahora solo quisiera aventurar que me encantó el personaje porque esta chica arriesga un perfil femenino que poco se piensa en un momento histórico ateo o arreligioso como el que vivimos. Contra viento y marea Micaela quiere ser monja, es decir, valora ser católica, integrante de una comunidad religiosa y entregada a una fe de reclusión. Con esta actitud propone un desafío a los feminismos radicales en boga.

No existe una teoría del personaje secundario, si bien gurús como Eco, Barthes y Greimas asoman ideas al respecto. En términos generales podemos decir que en las narraciones (visuales, escritas, multimedia) los personajes secundarios cumplen 3 funciones:

  1. Correa de transmisión. Ayudan al protagonista a alcanzar sus objetivos.
  2. Contraste parcial. Complementan o contrarían posturas del héroe o la heroína.
  3. Decorativas. Dan una respiración al texto y le permiten al lector relajarse.

García Márquez en En agosto nos vemos agrega una cuarta:

  • Ayudar al protagonista a configurarse; a definir lo que no pudo ser.

En efecto, Micaela Amarís Bach es un “desarrollo figural” de su abuela y de su mamá. Si lo miramos a través de un esquema el asunto es así:

De acuerdo con la información que aparece en En agosto nos vemos, Micaela hija aparece en diez páginas[1]. De ellas podemos extraer estos datos explícitos:

Micaela:

  • Al comienzo de la novela tiene 18 años. Al final de la narración tendría 22.
  • No hay descripción de su físico (¿será bella como la madre?).
  • Tiene talento musical como su padre y su hermano, pero no lo desarrolló.
  • Se destaca su espíritu rebelde y su vocación sorpresiva: quiere ser monja. Ingresará a la comunidad católica de los Carmelitas descalzos.
  • No estudia de manera formal en ninguna universidad.
  • Tiene una alfabetización elevada, pues a sus padres les admira que “daba muestras de una información activa y un criterio maduro sobre la actualidad cultural” (p. 47).
  • Convive ocasionalmente y tiene relaciones sexuales con un músico de jazz, mulato. El músico es trompetista. Si bien se resalta que es un jazzista “virtuoso” también se sugiere que es drogadicto.
  • No tiene hijos. Ha evitado un embarazo acudiendo a anticonceptivos. AMB por esta razón la llama “puta”.
  • Le gustan las películas de acción y las ve en televisión hasta la madrugada.
  • Uno de sus discos músicos favoritos es el heterodoxo blusero y rockero Van Morrison.
  • Regularmente es insomne.
  • Con su novio visitó la tumba de la abuela Micaela en la isla y le llevó aparentemente rosas (que la señora odiaba).
  • Es peculiar su entrada al convento: carga un “maletín con sus artículos de tocador” (p. 79). Ingresada, lleva una vida de fe cristiana y no vuelve a casa.
  • Es irreverente incluso con la iglesia católica: piensa que “en los albores del tercer milenio se acabaría hasta con el voto de castidad”. (p. 46)
Micaela hija: del relajo a la contrición. Foto de Kiki. Por © Man Rey, 1922

Al final de la novela descubrimos que un hombre mayor visitaba también la tumba de la abuela Micaela dejando flores. Era el amante clandestino de esa maestra montessoriana que no se resignaba a llevar la convencional vida matrimonial de las mujeres de mitad del siglo pasado. Y fue esa la razón por la que resolvió que a su muerte dejaran el cadáver en la isla donde había conocido el amor. Luego allí su hija Ana Magdalena, cada 16 de agosto durante cuatro años, intentará con tres hombres a quienes convertirá en amantes ocasionales en encontrar el sentido del amor, sin lograrlo. Paralelamente su hija Micaela Amarís Bach renunciará al sexo y al amor, seguirá el camino religioso de la castidad y la oración, y se deslindará del destino de la madre.

Deseo, pérdida del sentido del amor y encuentro en la vocación religiosa marcan a tres generaciones de mujeres de una familia caribeña.

Qué mejor ocasión de hablar de estos temas en semana santa a la luz de una maravillosa novela resucitada, escrita en medio de dudas por ese mago de la narración y de la palabra escrita que es Gabriel García Márquez[2].


[1] En la edición de Random House, 2024: páginas 19, 20, 39, 40, 46, 47, 48, 78, 79, 106.

[2] Este post es resultado de una conversación polifónica con Adriana Pinto, Jackeline Barragán, Serafín Barrero y Conrado Zuluaga. Gracias.

Deja un comentario